Esta
tarde he tenido el honor de presentar el primer libro de un buen amigo, Adrián,
que no dudó ni un segundo en aceptar la proposición que le hice cuando me
enteré de su existencia.
Carrichano
por los cuatro costados, no hace falta recordar su árbol genealógico (hijo
nieto, biznieto...), ni las vivencias de niño que le preceden, ni siquiera, y
para más seña, que fuera el pregonero de la Encina 2016. ¿Acaso no hay mayor honor
para cualquier carrichano?
Cuando
llegó a mis manos "Leire, un poemario sin sello" tuve poco tiempo
para decidirme entre leerlo inmediatamente o esperar un momento mejor...
Era
un día caluroso, y la piscina familiar me llamaba a gritos. Recuerdo que su
primera lectura me dejó un tanto descolocado. Era algo extraño. No supe
ubicarme en la historia; tampoco encontré la línea temporal, porque tan pronto
el tiempo se aceleraba como frenaba en seco. ¡No lo sé! Pudo ser el calor, no
lo dudo, sin embargo no pude dejar de darle vueltas y vueltas a la cabeza;
necesitaba volver al principio.
En
esa necesidad de releerle de nuevo, me encontré a Leire, asida al fino cordel
de la vida para ir a su encuentro. Y al de Rubén, Carmen, Elsa o Noelia.
Al
unísono, nos adentran en una historia vertiginosa, que va y viene, dónde no
perdemos detalle de lo que Adrián nos quiere decir, y no nos dice.
Sus
versos acarician una verdad sosegada, que según avanza en su camino, se
convierte en evidencia desgarradora.
Y
volvemos del final al principio para encontrarnos de nuevo con Leire, como
recogió el viento su nombre y lo arrastró aquel agosto.
Y
¿quién es Leire?, se preguntarán...
Reconozco
que tuve la tentación de preguntarle a Adrián, y pensé...¿para qué? No hacía
ninguna falta.
Leire
será ese lucero que se estrena; el brindis del martes, cuando tejemos, hilo a
hilo, un tapiz que se deshilacha por la esquina; esa mano recién hecha,
entrelazada con mis dedos, hoy de seda. Leire es, y siempre será...eterna.
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